La comida se ha envasado ​​en latas de metal desde comienzos del siglo XX. Las latas de bebida, tanto para los refrescos carbonatados como los no carbonatados, son el principal uso de los envases alimentarios de metal.

Las latas de metal pueden estar compuestas bien de hojalata (acero recubierto de una capa fina de estaño) o de aluminio y acero recubierto con una laca. La hojalata tiene una capacidad reductora que impide la pérdida de color y sabor, así como la oxidación del producto. Sin embargo, esto ocurre a costa de que el estaño se disuelva en el producto. Para los tipos de productos en los que es menos necesaria la prevención de la oxidación, se han introducido las lacas para proteger la comida de la migración desde el material del envase. Las lacas están sobre una base de polímero como la resina epoxi, y por consiguiente también pueden migrar a los alimentos. Las latas pueden ser obtenidas por extrusión, estiradas o soldadas (sólo es posible con el acero) y por lo general consisten en dos o tres piezas que están conectadas mediante juntas. Incluso en latas no lacadas, se considera útil sellar las juntas de metal con laca con el fin de proteger los alimentos de contaminantes desde fuera del material del envase (Page y col. 2011).

Además del Reglamento Marcos CE 1935/2004 sobre materiales y artículos destinados a entrar en contacto con alimentos,  las juntas a base de polímeros utilizadas para sellar envases metálicos están reguladas por el Reglamento UE 10/2011 CE sobre materiales plásticos y artículos destinados a entrar en contacto con alimentos (Art 2). Además, el Reglamento UE 1895/2005 CE limita el uso de determinados derivados epoxi para su empleo como resinas en las latas de metal.

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